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Renace la esperanza

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Analizando los pormenores de la toma de posesión del presidente Biden el miércoles en Washington, posterior al desasosiego y a la ausencia de un capitán que maniobrase la nave del Estado, invita a la reflexión sobre el futuro de un país que estuvo al borde del abismo y cómo los políticos pueden incitar a su autodestrucción. La nueva administración no lo tiene nada fácil. Han muerto más de 400,000 ciudadanos, resultado del desastroso manejo de la pandemia. La economía está al pique. Las diferencias resaltan más que la unión de los ciudadanos en búsqueda de objetivos comunes. Milicias armadas de grupos extremos están a la orden del día.
La imagen del Coloso del Norte a los ojos del mundo se encuentra en su más bajo nivel en la historia. Ya no se admira a Estados Unidos como el bastión de la democracia, la burla a su fallida política de aislamiento de sus más preciados aliados tomará mucho tiempo en reponerse. Todo parece indicar que Putin logró su cometido.
La discusión política entre ciudadanos que anteriormente dejaban al lado sus diferencias por el bien común, ha separado irremediablemente familias, al punto que en los portales de citas, las damas en búsqueda de sus Romeos, acentúan su desgano por caballeros Trumpistas como elemento primordial para aceptar la invitación a una primera cena.
Dentro de este panorama de desasosiego, inspiran las palabras del presidente Biden en su discurso de toma de mando, haciendo un llamado a la unidad totalmente distinto al tono insípido de hace cuatro años donde se hacía referencia a la “carnicería Americana”.
Un hombre sencillo, vigoroso, con cerca de medio siglo de experiencia política como senador y vicepresidente. Un Biden caballeroso y respetuoso, de profundas raíces católicas. A Dios gracias, el Presidente de Estados Unidos volverá a la iglesia los domingos, en lugar de jugar al golf. Un estratega unificador acostumbrado a acercarse al otro lado del banquillo para lograr el consenso, en vez de aumentar los leños al fuego.
Estados Unidos y el mundo respiran nuevamente aires de tranquilidad. Sobremanera importante para el logro de sus objetivos, el nuevo gobierno goza de mayorías en el Congreso y el Senado. Reflejo del cambio de la Nación, los dos nuevos senadores por el estado de Georgia, otrora racista y retrógrada, son un pastor de la raza negra y un jovencito hebreo, quienes fueron juramentados para sus cargos el miércoles junto con el primer senador de raíces latinas por el estado de California.
Se rodea Biden por un gabinete de lujo con el mayor número de mujeres en la historia y un arcoíris étnico variable, radicalmente diferente al de hombres de la raza blanca que formaban la mayoría del Gabinete de su antecesor.
Se enfoca en políticas que hacen sentido. Primordialmente, el control de la pandemia para lograr el retorno a la normalidad. Vacunación masiva, mascarillas obligatorias en el país del ‘laissez faire’ y la inaudita ignorancia a una medida básica para el control de la COVID-19. Vacunación masiva. Resulta increíble que Estados como Florida mantengan resguardadas más de un millón de vacunas. Hay que urgentemente inocular a los ciudadanos.
El retorno al liderazgo mundial en las abandonadas políticas del medio ambiente y en las alianzas comerciales y políticas dejadas al libre albedrío. La fortaleza de Estados Unidos no se mide por su armamento, se mide por su decencia y su ejemplo.
Hay esperanza en el horizonte. Serruchando el asqueroso racismo en una nación cada vez más diversa, controlando el iracundo armar del ciudadano común con armas de grueso calibre que elevan al país al vergonzoso sitial de más elevado número de homicidios per capita en el mundo. Retomando la calma y el trabajo con políticas de asistencia médica asequible y bien remunerados empleos. Hay, al fin, esperanza…

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